29 de abril de 1945
Ya no hay nada que hacer, mi misión aquí
ha acabado… El III Reich se
desploma, y la SS con él. Los
soviéticos y comunistas están cada
vez más cerca del búnker, y los que yo creía allegados como Himmler, al que pensé como mi sucesor,
o Göring, en el que confié a pesar
del fracaso de la Luftware en la
batalla de Inglaterra, me han traicionado. Querían que abandonara con ellos la
guerra, pero me he negado, pienso aguantar hasta el final y morir en Berlín. Después
de la humillación que sufrimos con el Tratado
de Versalles, no quiero darle a Churchill,
Roosevelt y Stalin la satisfacción de que yo huya como un cobarde.
La rabia que me había producido perder la
Gran Guerra y la formación de la estrepitosa República de Weimar fue lo que me llevó a coger las riendas para
defender los intereses de mi nación. Reorganicé el partido Nacionalsocialista
con la esperanza de llegar al poder y convertir a la raza aria en la más
poderosa del mundo. En el putsch de
Munich lo intenté, pero me encarcelaron. Eso me sirvió para escribir todo
lo que pensaba en mi libro Mein Kampf
y explicar el programa que llevaría a cabo. Después de muchos años de esfuerzo
el presidente Hindemburg me nombró
Canciller de Alemania tras elecciones de
1933. El acabar con el Reichstag
y la muerte del presidente de la República,
supusieron el fin de los últimos obstáculos para mi posesión total del
poder en Alemania. Seguidamente nombré a mi gran amigo Joseph Goebbels ministro
de propaganda por su gran oratoria, quién
hasta hoy sigue aquí en el búnker demostrando su fidelidad incluso en estos
últimos momentos tan difíciles…
Con una necesaria purga eliminé a los
oponentes de mi propio partido y a los colaboradores de dudosa fidelidad
dándoles su merecido en la noche de los
cuchillos largos. También quise dejar claro la importancia de nuestra raza,
y con las Leyes de Núremberg se
estableció una diferencia con las razas impuras, como los judíos y los gitanos, a las que el plan de la solución final en el Treblinka comenzó a hacerlas
desaparecer. Una gran noche para
recordar sin duda, fue la de los cristales rotos, donde hicimos
comprender quién mandaba.
Conseguí llevar a Alemania a una rápida
recuperación y a ponerla a la cabeza de Europa. En las Olimpiadas de Berlín de 1936
demostramos nuestra grandeza y antes de mi aparición en ellas el zeppelín
Hindemburg sobrevoló el estadio olímpico, dejando envida en todos los países.
Ese mismo año el general Francisco Franco me pedía ayuda en su sublevación
contra su república siguiendo mi ejemplo. Ocasión que no desperdicié probando
mis nuevas armas de guerra. Comencé mi expansión recuperando territorios
perdidos en la Gran Guerra y logrando el anschluss
con Austria y los Sudetes, que me
fueron concedidos en la conferencia de
Múnich a la que asistieron Mussolini, Chamberlain
y Daladier.
El comienzo de la guerra trajo mis
primeras invasiones como la de París,
Dinamarca, Noruega, Benelux y Francia. Toda la sangre derramada era justificada,
pues estaba llevando al régimen a lo más alto.
Pero de repente todo empieza a ir mal,
sufrimos una inminente derrota en Stalingrado,
después en la batalla de Normandía,
perdiendo a Francia, y también el bombardeo
de Dresde decidido en la conferencia de Yalta por los estadounidenses y británicos que lleva a Sajonia a la
perdición. He puesto mucho cuidado desde que la Guarida del Lobo quedó arrasada por la bomba que colocó Stauffenberg para intentar asesinarme,
y cada vez es más complicado hacerlo. Desde entonces los soviéticos avanzan sin
descanso hacia aquí. Lo he intentado todo, pero en los que yo confiaba han
hecho un complot contra mí y quieren que Alemania se rinda. Ellos están
intentando escapar con la ODESSA,
pero mi destino está aquí.
Estas son mis últimas horas, ya he
preparado mi casamiento con Eva Braun
y antes de que los soviéticos lleguen al búnker me suicidaré junto a ella y
ordenaré que incineren nuestros cuerpos para no correr la misma suerte que Mussolini, a quién tras caer su República Social Italiana y ser
fusilado, su cuerpo ha sido expuesto a toda clase de ultrajes y vejaciones.
He repartido veneno a mis más allegados para
que se suiciden también y no tengan que ser apresados o fusilados cuando
lleguen los rusos. Mi perra Blondi
ha sido la primera en probar el veneno, ha muerto casi en el acto. Yo me
suicidare con un disparo en la cabeza…
Poco a poco la grandeza de Alemania se
desvanece y llega el momento de decir adiós. Probablemente mañana miles de
alemanes me odien por esto, pero es lo mejor para todos. El mundo nunca
olvidará nuestra grandeza, la esvástica
quedará como recuerdo de lo que un día fuimos…
Adolf Hitler
No hay comentarios:
Publicar un comentario